Sofia no está haciendo allioli. Anda de parranda por ahí..
Yo hago paella. Toca. Con mi delantal albinegro. Siguiendo ese ritual ancestral que aprendí de mi madre, sin que me enseñara. Solo mirando.
Mientras hierve (però el bull que siga viu) hago viajes a la mesa de los puzles.
Aquí cada uno tiene sus aficiones. Bien diferentes unos de otros. Pero hay una que tenemos todos. Los puzles.
Mi afición empezó de bien pequeña, con un puzle que me trajo mi padre y todavía guardo. Un día de estos igual lo vuelvo a montar.
Ahí tenemos uno de 2000 piezas que se termina pero no. Medio atascado pero no.
Pensaba antes yo, en mis divagaciones... Que la vida es lo más parecido a un puzle.
Vas escogiendo las piezas. Las vas colocando en su sitio.
Al principio, parece fácil. Y vas rápido. Aunque te parece que queda una eternidad para que termine... Y no parece que avances.
Luego las piezas van encajando, aunque hay momentos en los que te atascas y no hay manera de seguir, parece que no hay salida.
De repente, una pieza, te abre el camino y encuentras no una, sino varias salidas.
Te vuelves a atascar... Y así sucesivamente... Hasta que sin más... El puzle acaba. Sin que te des cuenta, estás poniendo la última pieza.
En la vida, el día que pongas la última pieza... Malamente.
Pero si haces como yo, que pegas esos puzles y los enmarcas, porque son bonitos... Igual cuando pongas la última pieza de tu puzle has dejado un cuadro precioso para alguien.
Es domingo.
Día de fútbol.
Voy a por un vermut blanco.
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